Dé como propuso
“Cada uno dé como propuso en su corazón: no con tristeza, ni por necesidad, porque Dios ama al dador alegre” (2 Corintios 9: 7)
Mientras alienta a la iglesia de Corinto a participar en la donación especial para la iglesia de Jerusalén, el apóstol Pablo usa la expresión “dé como propuso en su corazón”. Elena G. de White tomó prestada esta expresión de Pablo para dirigir la siguiente recomendación al pueblo de Dios en nuestro tiempo: “Cada uno ha de ser su propio asesor, y se le deja dar según se propone en su corazón” (Testimonios para la iglesia, t. 4, p. 460). Estas palabras del apóstol Pablo y la señora White han llevado a algunas aplicaciones interesantes:
- No hay instrucciones divinas claras sobre la necesidad de dar.
- Dios no tiene instrucciones definidas sobre el porcentaje a asignar como diezmo.
- El diezmo se puede calcular sobre cualquier porción (bruta, neta u otra) de los ingresos que una persona considere adecuada.
Estas aplicaciones resaltan la completa discreción de la humanidad en el asunto de dar. A través de una revisión del Capítulo 41, “El carácter sagrado de los votos”, de Testimonios para la iglesia, tomo 4, este artículo evalúa si estas tres conclusiones se alinean con el significado de la expresión “dé como propuso en su corazón”, y cuál debería ser el entendimiento apropiado.
No hay instrucciones divinas sobre dar
En contraste con la conclusión “no hay instrucciones divinas acerca de dar”, la idea central del capítulo es acerca de un Dios que quiere que sus hijos den. Elena G. de White usa la palabra “exigencias” no menos de diez veces para referirse a la expectativa de Dios con respecto a dar. En uno de esos casos, ella incluso asocia la palabra “exigencias” con “imperativas”: “Si un cristiano tiene diez o veinte mil dólares, las exigencias de Dios son imperativas para él, no solo en cuanto a dar la proporción de acuerdo con el sistema del diezmo, sino en cuanto a presentar sus ofrendas por el pecado y agradecimiento a Dios” (ibíd., p. 458). Dios no guarda silencio sobre la necesidad de que sus hijos den. Otro pasaje transmite el claro pensamiento de Dios acerca de la obligación de dar para todos sus hijos, cualquiera que sea su fuente de ingresos: “Cuando hombres de diferentes vocaciones: agricultores, mecánicos, abogados, y otros, se hacen miembros de la iglesia, vienen a ser siervos de Cristo; y aunque sus talentos sean completamente diferentes, su responsabilidad en cuanto a hacer progresar la causa de Dios por el esfuerzo personal y con sus recursos, no es menor que la que descansa sobre el predicador” (ibíd., p. 459). Dar es responsabilidad de los redimidos.
No hay instrucciones sobre qué porcentaje asignar como diezmo
De la lectura de este capítulo se desprende claramente que Dios ha diseñado cómo sus hijos deben dar. Al referirse a la experiencia de los votos del patriarca Jacob, la hermana White cita la Biblia: “Y de todo lo que me dieres, el diezmo apartaré para ti” (ibíd., 456, cursivas añadidas). ¿Se refería Jacob a un décimo simbólico que designaría alguna cantidad? La descripción del cumplimiento del voto de Jacob aporta mayor claridad: “Jacob dio el diezmo de todo lo que tenía y luego, reconociendo que antes lo había empleado para su uso personal, dio al Señor el beneficio de lo que había usado para sí durante el tiempo que había estado en un país pagano y no podía pagar su voto” (ibíd., p. 457). El diezmo no era una proporción de los ingresos de Jacob, pero representaba el décimo.
La escritora emplea una expresión de uso común en el círculo adventista, “benevolencia sistemáticaˮ, para elaborar la forma en que Dios quiere que sus hijos den: “Dios, el Creador del hombre, al instituir el plan de la benevolencia, ha distribuido el peso de la obra igualmente sobre todos según sus diversas capacidades” (ibíd., p. 460). La benevolencia sistemática comprende el diezmo del diez por ciento y una proporción de los ingresos como ofrendas. Ella también usa el “sistema de diezmo” para confirmar la idea de que dar no debe ser un ejercicio aleatorio a discreción exclusiva del donante.
El diezmo es el 10% de cualquier porción de los ingresos
La cita en consideración se ha aplicado a menudo para resolver la discusión sobre el diezmo sobre el ingreso bruto o neto, o sobre cualquier otra parte del ingreso. Ha llevado a algunos a concluir que este tema es una cuestión de preferencia o elección personal. Sin embargo, varios pasajes en este mismo capítulo parecen contradecir esta conclusión. Como ejemplo, la autora incluye la expresión “de todo” cuando escribe sobre el diezmo prometido y devuelto por Jacob, el cumplidor del voto.
Además, Elena G. de White proporciona una aplicación del principio “de todo” para nuestra situación actual: “De todos nuestros ingresos debemos primero dar a Dios lo suyo” (ibíd., p. 464). Esta oración proporciona dos piezas de información: 1) Nuestra ofrenda a Dios se calcula sobre la totalidad de nuestros ingresos, y 2) La línea de base para el cálculo es la cantidad ganada antes de cualquier otra asignación o deducción. Lo que una persona asalariada trae a casa después de pagar impuestos, hipotecas y pagar deudas no encaja bien con esta comprensión de las instrucciones de Dios.
Un llamado a la fidelidad
Después de descartar las conclusiones antes mencionadas, que no se alinean con el mensaje contenido en el capítulo 41 de Testimonios para la iglesia, tomo 4, la cita merece una nueva consideración. ¿Cómo debemos entender la admonición de “dé como propuso en su corazón”? El objetivo principal del capítulo 41 es crear conciencia sobre el tema de lo sagrado de los votos o promesas. Jacob se presenta como un ejemplo positivo, mientras que Ananías y Safira se presentan como ejemplos que no se deben emular. Estafaron a Dios y practicaron el engaño, y su historia se relata como “una advertencia a todos los que profesaban a Cristo en aquel entonces” (ibíd., p. 455).
La expresión “propuso en su corazón”, a menudo interpretada como el impulso, los deseos, los planes o los anhelos de cualquier ser humano, tiene un significado diferente en el capítulo. El contexto de “propuso en su corazón” se refiere a las resoluciones tomadas como resultado de la acción del Espíritu Santo en el corazón de una persona. Al informar sobre la experiencia de Jacob, Elena G. de White escribe: “Jacob hizo ese voto mientras se hallaba refrigerado por los rocíos de la gracia y vigorizado por la presencia y la seguridad de Dios” (ibíd., p. 457). Ananías y Safira también habían pasado por una experiencia similar: “Mientras se hallaban bajo la influencia directa del Espíritu de Dios hicieron la promesa de dar al Señor ciertas tierras” (ibíd., p. 454). En estos casos, los “propósitos en el corazón” son el resultado de la regeneración divina; son nobles, puros, desinteresados y generosos. La autora confirma este entendimiento: “Cuando los corazones de los hombres han sido enternecidos por la presencia del Espíritu de Dios, son más sensibles a las impresiones del Espíritu Santo, y se resuelven a negarse a sí mismos y sacrificarse por la causa de Dios” (ibíd., p. 461).
La acción del Espíritu de Dios sobre nosotros requiere una respuesta coherente. Para Jacob, fue prometer el diezmo de todo, siguiendo el ejemplo de su abuelo Abraham (Génesis 14: 19, 20). Para Ananías y Safira, fue dar el producto total de la venta de una propiedad, inspirados por lo que estaban haciendo otros creyentes (Hechos 4: 34-37). Además, hay un llamado a actuar sobre estas decisiones tomadas bajo la convicción del Espíritu Santo: “Dios requiere fidelidad en el cumplimiento de los votos” (ibíd., p. 455). Jacob se mantuvo fiel a su voto de diezmar: “Esto sumaba una cantidad elevada, pero no vaciló; no consideraba suyo, sino como del Señor, lo que había consagrado a Dios” (ibíd., p. 457). ¡Aquí es donde la infame pareja falló! Terminaron actuando en contra de los “propósitos” que Dios había puesto en sus corazones: “Pero cuando ya no estaban bajo esa influencia celestial, la impresión era menos fuerte y empezaron a dudar y a rehuir el cumplimiento de la promesa que habían hecho” (ibíd., p. 454).
La cita en consideración comienza con estas palabras: “Cada uno ha de ser su propio asesor”. Esta es una invitación a examinarse a uno mismo, como las instrucciones del apóstol Pablo a los creyentes de Corinto (2 Corintios 13: 5). ¿Estoy viviendo en armonía con la convicción de que la Palabra de Dios y su Espíritu han creado en mí, o me he desviado de mis propósitos? Los creyentes necesitan emprender este ejercicio regular y personalmente.
¿Esta expresión implica que los agentes humanos no tienen ningún papel que desempeñar para influir en otros en el área de dar? Elena G. de White sugiere lo contrario: “Dios obra por medio de instrumentos humanos; y quienquiera que despierte la conciencia de los hombres y los induzca a realizar buenas obras y a tener real interés en el adelantamiento de la causa de la verdad, no lo hace de sí mismo, sino por el Espíritu de Dios que obra en él. Las promesas hechas en tales circunstancias tienen un carácter sagrado, por ser el fruto de la obra del Espíritu de Dios” (ibíd., p. 464). A través de nuestros ejemplos y palabras, podemos inspirar a otros a tener un “propósito en sus corazones”. Desde la perspectiva de la autora, tenemos la responsabilidad de recordar a nuestros compañeros: “Una iglesia es responsable de las promesas hechas por sus miembros individualmente. Si ve que algún hermano descuida el cumplimiento de sus votos, debe trabajar con él bondadosa pero abiertamente” (ibíd., p. 466).
Del examen de la expresión “dé como propuso en su corazón”, en el contexto en el que Elena G. de White la emplea, podemos concluir con confianza que no sugiere la ausencia de instrucciones claras de Dios acerca de dar y cómo dar. Esta importante disciplina del dar cristiano no se deja a la discreción de todos. Y lo que él me lleva a “proponer en mi corazón” no puede contradecir lo que él ya ha instruido acerca de dar. En respuesta, es mi máxima responsabilidad escudriñar mi vida personal para confirmar si me mantengo fiel a la luz recibida y fiel a lo que “previamente prometí” (2 Corintios 9: 5).