Vivimos en una época donde muchos adoran al dinero. Es su fuente definitiva de seguridad, identidad y propósito de vida. Sin embargo, en esta misma época, Dios invita a su pueblo a adorarlo con su dinero. Esto significa que, como seguidores de Cristo, no estamos llamados a adorar a Dios solamente con nuestros labios a través del canto, la oración y la predicación. También estamos invitados a adorar a Dios a través de donaciones materiales. Dar no es opcional para el adorador, porque los diezmos y las ofrendas son un elemento esencial de la adoración a Dios. Elena de White resume el principio básico del ofrendar de los cristianos en la adoración corporativa de la siguiente manera:
Pertenecemos a Dios; somos sus hijos y sus hijas: Suyos por creación y suyos por el don de su Hijo unigénito quien nos redimió. “¿Ignoráis que no sois vuestros? Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios”. La mente, el corazón, la voluntad y los afectos pertenecen a Dios; y el dinero que poseemos es del Señor. Todo bien que recibimos y que disfrutamos es el resultado de la benevolencia divina. Dios es el magnánimo dador de todo bien, y él desea que el receptor reconozca la procedencia de esos dones que satisfacen toda necesidad del cuerpo y el alma.[1]
¿Por qué debemos adorar a Dios con nuestros dones? ¿Con qué fin damos nuestros diezmos y ofrendas? ¿Qué expresamos a través de esos dones? Consideremos brevemente el incentivo, el propósito y la teología detrás del acto de rendir culto corporativo con especial referencia a los escritos de Elena de White.
Incentivo
¿Qué nos motiva a dar durante el culto divino? ¿Qué tiene nuestra relación con Dios que resulta en que le traigamos nuestros dones monetarios cada sábado?
Primero, nuestro ofrendar es una respuesta sincera a la gracia de Dios hacia nosotros. Como adoradores, debemos recordarnos constantemente que no damos simplemente para sostener la organización de la iglesia. El ofrendar cristiano no debe verse simplemente como una respuesta a las necesidades financieras de la iglesia, sino como una expresión de adoración al Creador por su cuidado providencial. Dar es fundamentalmente una expresión de nuestro amor y alabanza a Dios por su asombrosa gracia. A través de nuestros diezmos y ofrendas, expresamos concretamente su soberanía indiscutible sobre nuestras vidas. A través de nuestras ofrendas voluntarias, expresamos nuestro amor por aquel que primero nos amó.
Segundo, al dar, reconocemos a Dios como el Dador y el Perdonador. Dios es el Autor de “todo bien y cada don perfecto” (Santiago 1: 17), y “da a todos abundantemente y sin reproche” (verso 5). Declarar a Dios como dador es considerar su don supremo, Jesucristo, quien a su vez desafía a sus seguidores a dar liberalmente porque recibieron libremente (Mateo 10: 8).
Dios también es el Perdonador. En Cristo, Dios proporciona a la humanidad su única fuente de perdón y reconciliación. Esto significa que dar no puede ser visto como una forma de manipular a Dios a través de la cual podemos intercambiar dinero por sus bendiciones. El acto de dar, como cualquier otra parte de la adoración adventista, es impulsado por la propia entrega de Dios. El don supremo de Dios es el mayor incentivo para que demos. Al dar, demostramos tangiblemente que hemos sido alcanzados por la maravillosa gracia de Dios y que ahora le pertenecemos como sus hijos redimidos.
Tercero, dar es una respuesta a las bendiciones de Dios. Dar es un testimonio efectivo de que Dios es la fuente de todas las bendiciones. Los diezmos y las ofrendas se dan durante el culto de la iglesia como una afirmación autorizada de que Dios ha estado bendiciendo continuamente a su pueblo. Agradecemos la generosidad de Dios y agradecemos sus abundantes bendiciones. Al dar, reconocemos que “el Dios grande e infinito vive no para sí mismo, sino para el beneficio y la bendición de cada ser y cada objeto de su creación.”[2] Dios constantemente nos da y nos invita a responder también en dar. En un artículo escrito en 1881, Elena de White expone este punto con ironía: “Cuando nuestro Benefactor celestial olvide nuestras necesidades; cuando Dios olvide ser misericordioso, y ninguno de sus dones fluyan en nuestros graneros, nuestros establos, y nuestras bodegas, solo entonces se nos podrá disculpar por retener nuestras ofrendas.”[3] Entonces, nuestro ofrendar es una muestra de agradecimiento por los tratos providenciales de Dios con nosotros. Como tal, no damos para recibir más a cambio de Dios; le devolvemos a Dios porque ya hemos recibido mucho de él.
Propósito
¿Con qué fin dan los fieles durante el culto de adoración? ¿Cuáles son las razones detrás del acto de dar? Se puede notar que los adoradores dan por las siguientes razones: (1) Es un acto de adoración. (2) Ayuda a la misión de la iglesia. (3) Es una buena mayordomía.
Primero, dar es un acto de adoración. Elena de White es clara: “El sistema de los diezmos y de las ofrendas tiene por objeto grabar en las mentes humanas una gran verdad, a saber, que Dios es la fuente de toda bendición para sus criaturas y que se le debe gratitud por los preciosos dones de su providencia.”[4] Al dar, alabamos y agradecemos a Dios por su excelencia y bondad. Dar es una expresión tangible de amor y compromiso con Dios, una respuesta a su generosidad. Es la respuesta gozosa del corazón a la bondad de Dios. Es la devolución ritual de una parte de lo que Dios ha dado inicialmente.
Segundo, el pueblo de Dios da para apoyar la obra de Dios, especialmente “para que se use en el sostén de los obreros evangélicos.”[5] Como adventistas, compartimos la opinión de que “Dios ha dispuesto que la proclamación del Evangelio dependa de las labores y dádivas de su pueblo.”[6] Cada vez que damos, debemos hacerlo con la firme creencia de que estamos apoyando concretamente la proclamación del evangelio y el avance de la misión de la iglesia en el mundo. Sin embargo, como adoradores, siempre debemos tener en cuenta que nuestro dar no es a la iglesia sino a Dios. Esto implica que los líderes de la iglesia son responsables ante Dios y ante el cuerpo de Cristo sobre cómo usan el dinero de Dios. Por lo tanto, dar no es solo una forma visible de expresar nuestra alabanza y acción de gracias; también es una forma de señalar de manera tangible nuestro compromiso de asociarnos con Dios en su misión de salvar a los perdidos.
Tercero, damos durante la adoración corporativa porque creemos en la mayordomía cristiana. Entendemos que Dios hizo el mundo para el disfrute y el cuidado de las personas que creó y redimió. Reconocemos que, como mayordomos de Dios, somos responsables ante Dios por el uso de la variada gracia con la que nos ha confiado. Al reconocer la plena propiedad de Dios de nuestras vidas, le dedicamos todo lo que tenemos, incluidos nuestros diezmos y ofrendas. Esto significa que el acto de dar es un acto de dedicación y adoración. Al dar, afirmamos que toda la vida debe ser vivida bajo el señorío de Cristo. Tal presente es una expresión de nuestro compromiso total con Dios. Por lo tanto, dar es un reposicionamiento semanal de la vida y las posesiones al señorío de Cristo. “El acto mismo de dar expande el corazón del donante y lo une más plenamente al Redentor del mundo.”[7] Al dar, nos acercamos a Cristo[8] y nos asemejamos más a Dios;[9]desarrollamos un carácter para el cielo.[10]
Como adventistas, reconocemos el diezmo como “dedicado al Señor” (ver Levítico 27: 30, 32). Se le devuelve como suyo. Además, vemos nuestras ofrendas como una oportunidad para expresar nuestra gratitud y amor a Dios por su constante cuidado. La devolución de los diezmos y la entrega de ofrendas no es una reflexión tardía dentro del contexto de la adoración adventista. Los fieles deben preparar sus donaciones en casa y traerlas con corazones alegres el sábado.
Teología
El reconocimiento explícito del amor y el cuidado de Dios impregna el acto de dar. Una suposición fundamental de esa acción litúrgica es que Dios, el Creador, Redentor y Sustentador de su pueblo, merece adoración total. La razón básica de la ofrenda, además de la rutina de la financiación del personal de la iglesia, las actividades y la misión, es responder a la generosidad de Dios en su creación, redención y providencia.
La fidelidad al dar refleja la naturaleza de nuestro Padre celestial. Dios es fiel al proveer a su pueblo, y lo manifestó supremamente al cumplir su promesa de enviar al Mesías. Su fidelidad cubre todo el ámbito de la vida cristiana. Al dar, reconocemos que Dios es un proveedor fiel, ya que es su naturaleza dar. Está comprometido a bendecir a su pueblo.
“Jesús es el Señor” es una declaración en el corazón de la adoración cristiana. De hecho, el acto de dar fluye de esta declaración central. Tanto la creación como la nueva creación en Cristo son dones de Dios. Cristo se ofreció a sí mismo como sacrificio e invita a sus redimidos a ofrecerse a sí mismos como sacrificio vivo (Romanos 12: 1-2). Su afirmación del reinado de Dios ahora se expresa litúrgicamente en la ofrenda donde la iglesia reconoce la conexión vital que existe entre su profesión de fe y sus acciones concretas.
Elena de White destaca este papel crucial de Jesucristo en nuestro acto de dar:
Todas las bendiciones deben venir a través de un Mediador. Ahora cada miembro de la familia humana está enteramente en las manos de Cristo, y todo lo que poseemos en esta vida presente, ya sea dinero, casas, tierras, capacidad de razonar, fortaleza física, o facultades intelectuales, y todas las bendiciones de la vida futura, han sido colocados en nuestra posesión como tesoros de Dios para que sean fielmente empleados en beneficio del hombre. Cada don tiene el sello de la cruz y lleva la imagen y el sobrescrito de Jesucristo. Todas las cosas provienen de Dios. Desde los beneficios más insignificantes hasta la mayor bendición, todo fluye por un único Canal: la mediación sobrehumana asperjada con la sangre cuyo valor supera todo cálculo porque era la vida de Dios en su Hijo.[11]
Dentro de esta perspectiva, Dios está involucrado de principio a fin. La ofrenda no es un movimiento unilateral de la iglesia a Dios. Más bien, Dios siempre se mueve primero antes de que la iglesia responda en la adoración a través de dar. Dar es una mayordomía de la gracia divina.
Al devolver el diezmo y dar las ofrendas durante el servicio de adoración está implícito que Dios realmente recibe esos dones. Sin embargo, es la iglesia la que usa los dones para avanzar el reino de Dios. Si es Dios quien recibe y la iglesia la que usa las ofrendas, entonces hay una conexión íntima entre la acción divina y la humana en el propósito salvífico de Dios para la humanidad. La iglesia es el instrumento para la extensión del reino de Dios en la tierra. La entrega fiel y generosa de diezmos y ofrendas facilita la proclamación y actualización del reino de Dios en el horizonte de la victoria suprema y escatológica de Cristo.
Conclusión
Dar es una demostración de nuestro cristianismo y verdadera adoración a Dios. Debido a que ahora estamos reconciliados con Dios, le damos una alta prioridad a la devolución libre y alegre de nuestros diezmos y a la entrega de ofrendas.[12] Al dar con un corazón agradecido, Dios nos bendice en consecuencia.[13] En verdad, adorar es dar, y dar es adorar. Cristo demanda todo nuestro corazón y afectos indivisos.[14] No puede aceptar nuestros dones a menos que provengan del corazón.[15] Dar expresa nuestra lealtad total a Dios, que está en el centro de la verdadera adoración.
[1] Elena de White, Consejos sobre mayordomía cristiana, p. 77.
[2] White, Australasian Union Conference Record, 1 de junio, 1900.
[3] White, The Review and Herald, 4 de enero, 1881.
[4] White, Patriarcas y profetas, p.506.
[5] White, Testimonios para la iglesia, vol. 9, p. 200.
[6] White, Hechos de los apóstoles, p. 61.
[7] White, The Review and Herald, 31 de octubre, 1878.
[8] White, Testimonios para la iglesia, vol. 3, p. 445.
[9] White, Testimonios para la iglesia, vol. 9, p. 205.
[10] White, The Review and Herald, 16 de mayo, 1893.
[11] White, Fe y obras, p. 20.
[12] White, Manuscrito 159, 1899; Consejos sobre mayordomía, p. 69; The Review and Herald, 26 de diciembre, 1882; Testimonios para la iglesia, vol. 1, p. 217.
[13] White, Servicio cristiano, pp. 114, 218; Testimonios para la iglesia, vol. 5, pp. 247, 248; Testimonios para la iglesia, vol. 3, pp. 335, 336.
[14] White, Testimonios para la iglesia, vol. 1, p. 150.
[15] White, Testimonios para la iglesia, vol. 2, p. 153.