Ejemplo de las prácticas de donación del antiguo Israel
En lo que respecta a la práctica de la benevolencia sistemática, ¿cuánto deberíamos dar?
El Espíritu de Profecía nos da un consejo al respecto: “Las contribuciones que se les exigían a los hebreos para fines religiosos y de caridad representaban por lo menos la cuarta parte de su renta o entradas. Parecería que tan ingente leva de los recursos del pueblo hubiera de empobrecerlo; pero, muy al contrario, la fiel observancia de estos reglamentos era uno de los requisitos que se les imponía para tener prosperidad” (énfasis añadido).[i]
Se esperaba que los hebreos dieran el 25% de sus ingresos. Eso equivalía a un 10% para el diezmo, y otro 15% incluiría ofrendas, donaciones y financiación de actividades religiosas y otros fines caritativos, como ayudar a los pobres. Para asegurarse de que nadie supusiera que se trataba de un error tipográfico, la señora White reconoció de inmediato que, si bien se trataba de un impuesto enorme, era, no obstante, una de las condiciones de su prosperidad.
Seguramente las circunstancias han cambiado desde aquellos días, y esto ciertamente no podría aplicarse a nosotros que vivimos en el siglo XXI, ¿verdad?
Elena G. de White agrega esto:
En tiempos de Israel se necesitaban los diezmos y las ofrendas voluntarias para cumplir los ritos del servicio divino. ¿Debiera el pueblo de Dios dar menos hoy? El principio fijado por Cristo es que nuestras ofrendas a Dios han de ser proporcionales a la luz y a los privilegios que disfrutados. “Al que mucho se le haya confiado, más se le pedirá” (Lucas 12: 48) […]. A medida que se amplía la obra del evangelio, exige para sostenerse mayores recursos que los que se necesitaban anteriormente; y este hecho hace que la ley de los diezmos y las ofrendas sea aun más urgentemente necesaria hoy día que bajo la economía hebrea (énfasis añadido).[ii]
Si bien no existe un estatuto que requiera el mismo nivel de donación hoy, Dios nos hace un llamado a alcanzar un ideal más alto, para apoyar adecuadamente su obra final a través de nuestros diezmos y nuestras ofrendas voluntarias. ¿Deberíamos los que estamos en estos últimos días, sobre quienes la luz de la verdad de Dios brilla con mayor intensidad, “dar menos hoy” cuando la obra del evangelio es más urgente que nunca?
Se requiere intencionalidad disciplinada
Teniendo en cuenta las facturas, los impuestos y los gastos de manutención que salen de nuestros ingresos, ¡gastar el 25% o más en fines religiosos y caritativos es una perspectiva desalentadora! La única manera de que esto sea posible es si somos intencionales en ejercer disciplina en nuestras finanzas.
La mayordomía no consiste simplemente en lo que ponemos en el platillo de las ofrendas, sino más bien en toda la experiencia de administrar el dinero que Dios ha puesto bajo nuestro cuidado. Lo que ganamos y cómo lo gastamos debe administrarse con cuidado para que podamos dar fielmente como Dios lo desea.
Desde que nos casamos, mi esposa y yo hemos respondido a este consejo devolviendo al Señor al menos el 25% de nuestros ingresos. Ciertamente, se necesitó intencionalidad y disciplina, y aquí hay tres consejos prácticos que nos ayudaron en esta dirección:
Pagar a Dios primero
En muchas de nuestras reuniones evangelísticas, abordamos ciertos versículos que a menudo se mencionan en apoyo del culto del primer día. Uno de esos versículos es 1 Corintios 16: 2: “Cada primer día de la semana, cada uno de vosotros ponga aparte algo, según haya prosperado, guardándolo, para que cuando yo llegue no se recojan entonces ofrendas”.
En lugar de promover el culto dominical, este pasaje en realidad apoya el culto del séptimo día. Hablando de una ofrenda especial para los santos necesitados en Jerusalén, la admonición de Pablo fue que los creyentes apartaran sus ofrendas el primer día de la semana, lo más temprano posible, antes de que se distrajeran, incluso si la ofrenda no se recolectara hasta el séptimo día.
El principio es que debemos pagarle a Dios primero con nuestros ingresos. Priorice y ponga aparte lo que le pertenece a él antes que cualquier otra cosa: alimentos, alquiler, impuestos, etc. En otras partes de las Escrituras, este principio también se ilustra a través de la donación de las primicias.
Aún mejor es automatizar el proceso, de modo que nuestros diezmos y ofrendas sean devueltos al Señor antes de que tengamos tiempo de encariñarnos con ellos o de gastarlos inadvertidamente. Conviértalo en un hábito, y dar incluso el 25% o más puede volverse indoloro.
Llevar un registro de todos los ingresos y egresos
Elena G. de White aconseja sobre los ingresos y egresos: “Son muchos los que no se han educado de modo que puedan mantener sus gastos dentro de los límites de sus entradas. […] Todos tienen que aprender a llevar cuentas. Algunos descuidan este trabajo, como si no fuera esencial, pero esto es erróneo. Todos los gastos deben anotarse con exactitud”.[iii]
Vivir con un presupuesto es crucial si queremos dar generosamente al Señor y al mismo tiempo cumplir con todas nuestras obligaciones financieras.
El primer paso para crear un presupuesto es llevar un registro de todos nuestros gastos, de cada peso. Es sorprendente la frecuencia con la que el problema no es que no tengamos suficiente dinero, sino que no tenemos suficiente claridad. A menudo, una vez que tenemos una idea clara de dónde va nuestro dinero, averiguar cómo controlarlo se vuelve bastante sencillo.
- Aprender a estar satisfechos
Es importante aprender a estar satisfechos. Elena G. de White aconseja: “Muchos desprecian la economía, confundiéndola con la tacañería y mezquindad. Pero la economía armoniza perfectamente con la más amplia generosidad. Efectivamente, sin economía, no puede haber verdadera generosidad. Hemos de ahorrar para poder dar”.[iv]
No es ningún secreto que para hacer espacio en nuestro presupuesto para permitirnos una tasa de donación del 25% o más, requerirá que hagamos concesiones en otras áreas de gasto. La frugalidad, la economía y el ingenio son virtudes necesarias. Pero creo que la virtud aún más fundamental que esas es la del contentamiento.
1 Timoteo 6: 6-9 dice: “Pero gran ganancia es la piedad acompañada de contentamiento, porque nada hemos traído a este mundo y, sin duda, nada podremos sacar. Así que, teniendo sustento y abrigo, estemos ya satisfechos; pero los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas que hunden a los hombres en destrucción y perdición”.
Proverbios 30: 8, 9 también nos aconseja estar contentos: “Vanidad y mentira aparta de mí, y no me des pobreza ni riquezas, sino susténtame con el pan necesario, no sea que, una vez saciado, te niegue y diga: ¿Quién es Jehová?, o que, siendo pobre, robe y blasfeme contra el nombre de mi Dios”.
Al cultivar el espíritu de contentamiento, ejercitar la frugalidad y la economía será menos pesado y más natural. Es el rasgo que nos permite mantener bajo control el estilo de vida inflado y estar arraigados en un estado mental generoso hacia el Señor y su obra.
Pero, al comprender cuán contrario es esto a nuestra naturaleza humana, el apóstol Pablo nos ofrece una promesa especial: “No lo digo porque tenga escasez, pues he aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación. […] Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Filipenses 4: 11, 13).
Prosperidad aún prometida
La fiel adhesión al plan de benevolencia sistemática era una condición de la prosperidad de los hebreos. Ese mismo plan ha sido transmitido a la iglesia hoy, particularmente a la luz de las necesidades más urgentes del evangelio. ¿Cuál sería el resultado si lo siguiéramos fielmente?
Elena G. White escribe: “Si la benevolencia sistemática se adoptara universalmente de acuerdo con el plan de Dios, y si los ricos practicaran el sistema del diezmo tan fielmente como lo hacen las clases más pobres, no habría necesidad de apelaciones reiteradas y urgentes solicitando recursos en nuestras grandes asambleas religiosas”.[v]
Imagínese no tener que volver a hacer un llamado por ofrendas y seguir teniendo lo suficiente para llevar a cabo la obra de expansión del evangelio en todo el mundo. Desde una perspectiva eterna, ¡eso es verdadera prosperidad!
[i] Elena G. de White, Patriarcas y profetas, (Bogotá, Colombia: Asociación Publicadora Interamericana, 2008), p. 566 (énfasis añadido).
[ii] Ibíd., p. 568.
[iii] Elena G. de White, El hogar cristiano, (Bogotá, Colombia: Asociación Publicadora Interamericana, 2011), p. 357.
[iv] Elena G. de White, El ministerio de curación, (Bogotá, Colombia: Asociación Publicadora Interamericana, 2012), 133.
[v] Elena G. de White, Testimonios para la iglesia, t. 3 (Bogotá, Colombia: APIA, 2004), p. 449.