El profeta Malaquías vivió en una época de formalismo religioso dentro de la comunidad postexílica que regresó de Babilonia. Reprendió a la gente por ofrecer animales defectuosos para el sacrificio (Malaquías 1: 6-8), ser infiel a los votos matrimoniales (Malaquías 2: 10-16) y robar a Dios en los diezmos y ofrendas (Malaquías 3: 8- 10). Dado que el diezmo es un diez por ciento completo de las ganancias personales (Levítico 27: 30-33), es fácil darse cuenta de que la gente no estaba devolviendo la cantidad total esperada. Pero, ¿cómo podrían ellos (y quizás nosotros también) robar a Dios con respecto a las ofrendas? ¿Esperaba Dios que esas ofrendas también se dieran de manera regular y sistemática?

Este artículo examina brevemente algunas de las principales declaraciones de Elena G. de White sobre un plan regular y sistemático de ofrendas personales. Esas declaraciones se abordan cronológicamente, primero bajo el llamado Plan de Benevolencia Sistemática, y luego bajo el plan de diezmo completo del diez por ciento.

Bajo el Plan de Benevolencia Sistemática

El plan de administración financiera adventista sabatista surgió de las necesidades de evangelización y un apoyo equitativo de los ministros. Después de mucho estudio, a principios de 1859, la iglesia local de Battle Creek, Míchigan, adoptó un Plan de Benevolencia Sistemática. El plan sugería que el primer día de cada semana (1 Corintios 16: 2), (1) cada hombre de dieciocho a sesenta años de edad debería apartar “de cinco a veinticinco centavos”; (2) cada mujer de dieciocho a sesenta años debería apartar “de dos a diez centavos”; y (3) cada hombre y mujer debería apartar “de uno a cinco centavos por cada cien dólares de propiedad que poseyeran”.[1] Con ligeros cambios de las cantidades propuestas, este plan de donaciones sistemático fue adoptado en junio de 1859 por la denominación naciente.2

En ese momento, la señora White declaró que el Plan de Benevolencia Sistemática era “agradable a Dios” y que él estaba “guiando a su pueblo” en ese plan.[3] Pero a principios de 1861 lamentó que algunos no lo aceptaran por deudas personales, obligaciones con sus hijos o incluso por egoísmo y codicia naturales. Aunque el plan de Benevolencia Sistemática no diferenciaba entre diezmos y ofrendas, Elena G. de White ya se hizo eco de esa distinción bíblica (Malaquías 3: 8) cuando apeló: “No roben a Dios reteniéndole sus diezmos y ofrendas”.4]

En su testimonio sobre “La causa en Ohio” (1861), Elena G. de White enfatizó que las ofrendas deben ser tanto voluntarias en la motivación como regulares en la práctica. En cuanto a la motivación, declaró que “la causa de Dios no debe adelantarse por ofrendas forzadas”. La gente debe decidir por sí mismas si quieren “dar mucho o poco”. En cuanto a dar regularmente, White explicó que el pueblo no solo debería traer una ofrenda anual a las reuniones campestres, sino “que además debieran presentar ofrendas semanales y mensuales delante del Señor”. Ella vio este asunto como una prueba de lealtad al Señor estrechamente relacionada con el desarrollo del carácter.[5]

A los conceptos de ofrendas voluntarias y regulares, la hermana White añadió la idea de que debiera dares las ofrendas como una proporción de las ganancias. En 1875 escribió: “Estamos en un mundo de abundancia. Si los dones y ofrendas fueran en proporción a los medios que cada uno ha recibido de Dios, no habría necesidad de urgentes pedidos de recursos en nuestras grandes asambleas”. Luego añadió que los llamados apremiantes por ofrendas más sustanciales en esas asambleas pueden llevar con facilidad a que “un hombre pobre que dé a la causa recursos que pertenecen a su familia y que debieran usarse para vivir cómodamente y por encima de las necesidades apremiantes”.[6]

Pero, ¿cómo puede alguien robarle a Dios en el diezmo y las ofrendas (Malaquías 3: 8)? Elena G. de White explicó que “Dios ha ideado un plan [de benevolencia sistemática] por el cual todos pueden dar según él los ha prosperado, y que hará un hábito de la práctica de dar, sin esperar pedidos especiales. Aquellos que pueden hacer esto, pero que no lo hacen debido a su egoísmo, están robando a su Creador, quien les ha concedido medios para invertir en su causa a fin de promover sus intereses”.[7]

¡Dar regular y sistemáticamente a la causa de Dios no debiera ser una carga sino más bien un verdadero gozo! Al animar a los miembros a asistir a las reuniones campestres de la iglesia, la heramna White apeló: “Asistan a estas reuniones dispuestos a trabajar y lo hallarán. Vengan con sus ofrendas de acuerdo con las bendiciones de Dios. Muestren su gratitud a su Creador, el Dador de todos sus beneficios, por medio de una ofrenda voluntaria. Que ninguna persona que posee recursos asista con las manos vacías”.[8] ¡Esta debería ser la alegre motivación de todas nuestras ofrendas!

Después de que se aceptaba el diezmo del diez por ciento

Durante dos décadas, la mayordomía financiera de los adventistas del séptimo día se había basado en gran medida en el Plan de Benevolencia Sistemática. Pero el Congreso de la Asociación General de octubre de 1878 en Battle Creek nombró un comité de cinco personas “para preparar un trabajo sobre el plan bíblico de Benevolencia Sistemática”.[9]Seis meses después, el tratado de setenta y dos páginas titulado Benevolencia sistemática; o el Plan bíblico de apoyo al ministerio (1879) salió de la imprenta, reconociendo que (1) Dios “creó todas las cosas para su placer y gloria”; (2) “somos mayordomos de lo que poseemos”; (3) Dios requiere de nosotros un diezmo completo, es decir, “una décima parte” de todo nuestro aumento; y (4) nuestro diezmo debe ser realmente la “primicia” de nuestros ingresos.[10] A partir de entonces, se subrayó una distinción mucho más clara entre diezmos y ofrendas.

Mientras tanto, la señora White continuó enfatizando las características mencionadas anteriormente del sistema de ofrendas, reconociendo también que nuestras obligaciones para con Dios deben ser nuestras principales prioridades. En un artículo titulado “¿Robará el hombre a Dios?” (1882) lamentó: “Muchas personas harán frente a todas las exigencias y los compromisos inferiores o secundarios, y dejarán a Dios únicamente los restos, si es que queda algo. Y si no queda nada, su causa tendrá que esperar hasta un tiempo más propicio”.[11]

En 1893, Elena G. de White escribió una serie de artículos en dos partes titulada “La liberalidad, el fruto del amor”, reafirmando la necesidad de regularidad y proporcionalidad no solo en el diezmo sino también en las ofrendas. En la primera parte de la serie, afirmó: “Este asunto de dar no queda librado al impulso. Dios nos ha dado instrucciones definidas al respecto. Él ha especificado los diezmos y las ofrendas como la medida de nuestra obligación, y desea que demos regular y sistemáticamente. Pablo escribió a la iglesia de Corinto: ‘En cuanto a la colecta para los santos, haced vosotros también de la manera que ordené en las iglesias de Galacia. Cada primer día de la semana cada uno de vosotros aparte en su casa, guardando lo que por la bondad de Dios pudiere’ [1 Corintios 16: 1, 2]. Examine cada uno regularmente sus entradas, que son todas bendición de Dios, y ponga aparte el diezmo como fondo separado, que ha de ser sagrado para el Señor. Este fondo no debe emplearse en ningún caso para otro uso; sino que se ha de dedicar solamente a sostener al ministerio del evangelio. Después que se ha puesto a un lado el diezmo, separa cada uno como dones y ofrendas ‘lo que por la bondad de Dios pudiere’”.[12]

En la segunda parte de esa serie, la hermana White agregó: “En el sistema bíblico de los diezmos y las ofrendas las cantidades pagadas por distintas personas variarán enormemente, puesto que estarán en proporción a sus entradas. En el caso del pobre, el diezmo será comparativamente pequeño, y hará su donativo en proporción a sus posibilidades. Pero no es el tamaño del donativo lo que hace que la ofrenda sea aceptable para Dios; es el propósito del corazón, el espíritu de gratitud y amor que expresa. No se haga sentir a los pobres que sus donativos son tan pequeños que no son dignos de tomarse en cuenta. Que ellos den de acuerdo con sus posibilidades, sintiendo que son siervos de Dios y que él aceptará su ofrenda”.[13]

Conclusiones

Las declaraciones de Elena G. de White citadas anteriormente contienen algunos principios muy importantes sobre el sistema general de ofrendas. En primer lugar, debemos reconocer que todas nuestras ofrendas deben darse con un espíritu de gratitud por las muchas y diversas bendiciones recibidas del Señor. Esas ofrendas no deben ser solo una parte de la cantidad sobrante después de cubrir todos nuestros gastos, sino que deben ser los “primeros frutos” de nuestras ganancias. Se pueden dar ofrendas especiales en ocasiones específicas, pero no deben reemplazar un plan de ofrendas personales regular y sistemático.

Tengamos en cuenta la siguiente declaración de la hermana White: “Es Dios quien bendice a los hombres con propiedades, y lo hace a fin de que puedan dar para el avance de su causa. Él envía la luz del sol y la lluvia. Él hace crecer la vegetación. Él da salud y la habilidad de adquirir medios. Todas nuestras bendiciones proceden de su generosa mano. A su vez, quiere que los hombres y mujeres manifiesten su gratitud devolviéndole una parte como diezmos y ofrendas, ofrendas de agradecimiento, ofrendas voluntarias, ofrendas por la culpa. Si los medios afluyeran a la tesorería de acuerdo con este plan divinamente señalado, a saber, la décima parte de todos los ingresos, y ofrendas liberales, habría abundancia para el adelantamiento de la obra del Señor.”[14]

 

Alberto R. Timm

Ellen G. White Estate

 

Pull out Quotes

¡Dar regular y sistemáticamente a la causa de Dios no debiera ser una carga sino más bien un verdadero gozo!

Pero no es el tamaño del donativo lo que hace que la ofrenda sea aceptable para Dios; es el propósito del corazón, el espíritu de gratitud y amor que expr

 

1] “An Address”, [Un discurso] Review and Herald, 3 de febrero de 1859, p. 84.

[2] Jaime White, “Conference Address”,[Discurso a la Asociación] Review and Herald, 9 de junio de 1859, pp. 21-23.

[3] Elena G. de White, Testimonios para la iglesia (Bogotá, Colombia: APIA, 2003), t. 1, pp. 175, 176.

[4] Ibíd., pp. 201-203.

[5] Ibíd., pp. 216, 217.

[6] Ibíd., t. 3, pp. 450, 451.

[7] Ibíd., p. 451.

[8] Ibíd., t. 2, p. 509.

[9] “Decimo Séptima Sesión Anual de la Asociación General de los Adventistas del 7mo Día”, Review and Herald, 17 de octubtre de 1878, p. 121.

[10] Systematic Benevolence; or the Bible Plan of Supporting the Ministry [Benevolencia Sistemática, o el Plan bíblico para sostener el ministerio] (Battle Creek, Mich: Seventh-day Adventist Pub. Assn. [1879]), pp. 4-20. Cf. “Books in Paper Covers”, Review and Herald, 10 de abril de 1879, p. 120.

[11] E. G. White, “‘Will a Man Rob God?’” [¿Robará el hombre a Dios?] Review and Herald, 16 de mayo de 1882, p. 306.

[12] E. G. White, “Liberality the Fruit of Love”, [Liberalidad, el fruto del amor] Review and Herald, 9 de mayo de 1893, p. 290.

[13] Ibíd., p. 305.

[14] Elena G. de White, Los hechos de los apóstoles (Bogotá, Colombia: APIA, 2008), p. 61.

Alberto Timm