Sacrificio (Zebach) y Jeroboam: Llecciones sobre la unidad para la iglesia hoy

Jeroboam, hijo de Nabat, fue el primer monarca del Reino del Norte después de la división nacional que se produjo entre los israelitas (1 Reyes 12). En el Reino del Sur, cuya capital era Jerusalén, el trono pertenecía a Roboam, hijo de Salomón. Jeroboam, sin embargo, entendió que el viaje de los israelitas desde el norte a Jerusalén para ofrecer sacrificios en el templo amenazaría su reino. Entonces, poco después de obtener el poder, decidió desviar a los israelitas de los “sacrificios” (zebach en hebreo) en Jerusalén (1 Reyes 12: 26-31). ¿Qué nos dice esta prohibición del rey Jeroboam sobre el peligro de desviarse y el potencial de un sistema centralizado de donaciones?

Lugar central de culto

En el antiguo Israel se le pedía a la gente que sacrificara animales en un solo lugar de adoración designado por Dios. Los paganos, sin embargo, rendían culto de forma descentralizada y ofrecían sacrificios en diferentes lugares, según les parecía conveniente. Como medio para prevenir la idolatría, la Ley estipulaba que cuando el pueblo entrara en la Tierra Prometida, debería ofrecer un sacrificio (zebach) únicamente en el lugar escogido por Dios (Deuteronomio 12: 5-6, 11; Levítico 17: 1–9). Aunque hay otras palabras para sacrificios y ofrendas en la Biblia, el término zebach se usa con frecuencia para indicar que el sacrificio de adoración solo podía hacerse en el lugar designado por Dios.

El término zebach se aplica a varios sacrificios, como acción de gracias, voto, ofrenda voluntaria (Levítico 7: 12–16), ofrenda de Pascua (Éxodo 34: 25) y ofrenda por el pecado (Números 15: 24–27), que eran ofrendas y sacrificios adecuados para el culto. Sin embargo, estas ofrendas solo serían aceptadas si se ofrecían en el lugar indicado por Dios.

No obstante, la elección de un solo sitio para el zebach, tenía un significado más amplio. Siendo el único lugar autorizado de los zebach cuando entraron en Canaán, sería una ofensa grave ofrecer sacrificios en cualquier otro lugar (Josué 22: 23–29). Inicialmente, el lugar correcto para ofrecer el zebach era Silo, y más tarde, el templo de Jerusalén (2 Samuel 7: 13; 1 Reyes 3: 2; 8: 17–19, 44, 48; Isaías 18: 7; Jeremías 3: 17). Por tanto, el culto representado por el sacrificio debía ser centralizado.

Otras prácticas estaban vinculadas al lugar elegido para el sacrificio. Cuando el Señor repitió el mandato de zebach (Deuteronomio 12: 11), enfatizó que los diezmos, las ofrendas, los votos y otras ofrendas también debían entregarse solo en el lugar designado para zebach, y en ningún otro lugar (Deuteronomio 12: 2–11).

Esta determinación se reafirmó más tarde con respecto al templo (2 Crónicas 7: 12), el lugar donde se ubicaba el alfolí, que era el centro para recibir los diezmos y las ofrendas, y el lugar donde ministraban los levitas (Deuteronomio 12: 11; 2 Crónicas 31: 10–21; Malaquías 3: 8–10).

Sin los levitas, no habría zebach, porque el servicio del santuario en el que se ofrecía el sacrificio solo funcionaba gracias al trabajo de los levitas (Números 18: 2–5, 22-23), quienes solo se sostenían con el diezmo, que, a su vez, debía entregarse solo donde se ofrecía el zebach (Números 18: 21–24; Deuteronomio 12: 11).

Desviarse de las instrucciones de Dios

La orden de Jeroboam (1 Reyes 12: 27) se opuso a la instrucción de un lugar exclusivo para el sacrificio, como se menciona en Deuteronomio 12: 5-6, 11. Para evitar la reunificación nacional y cumplir su proyecto político, Jeroboam se atrevió a contradecir la revelación profética de la ley zebach por lo que estableció un sistema de culto y sacrificio en competencia.

En 1 Reyes 12: 27, la expresión “ofrecer sacrificios” se refiere al requisito de la ley divina de no adorar (sacrificar) en diferentes lugares, como lo hacían los idólatras (Deuteronomio 12: 1–6).

Sin embargo, en resistencia a Jeroboam, aquellos del pueblo que escogieron ser fieles “fueron a Jerusalén para ofrecer sacrificios a Jehová, el Dios de sus padres” (2 Crónicas 11: 16). Evidentemente, su participación incluía todos los actos de adoración mencionados anteriormente. Por lo tanto, sacrificar era adorar de acuerdo con las enseñanzas y los requisitos del templo, que inevitablemente incluían diezmos y ofrendas, ya que la adoración en Israel incluía un conjunto de procedimientos centralizados e integrados.

Por deducción, así como Jeroboam impidió que las tribus del norte ofrecieran el zebach en Jerusalén, el único lugar indicado por Dios, también estaba desviando los diezmos y las ofrendas que debían entregarse allí. Como el pago de los sacerdotes y levitas estaba centralizado y coordinado por el alfolí, los levitas expulsados por Jeroboam regresaron al templo en Jerusalén porque eran fieles y sabían que estaban registrados allí para recibir sus porciones (2 Crónicas 11: 13–17).

En el relato bíblico (1 Reyes 12: 26–28), Jeroboam rechazó el plan de Dios. Descentralizó la adoración, erigiendo dos grandes santuarios, así como varios altares y templos más pequeños en las montañas, o “lugares altos”.

Implicaciones para hoy

Adoptar la ley del zebach implicaba aceptar la legitimidad del santuario como único lugar de culto. Esto incluía reconocer el papel y el ministerio que Dios había designado para sus líderes espirituales: “Porque los labios del sacerdote han de guardar la sabiduría, y de su boca el pueblo buscará la Ley; porque es mensajero de Jehová de los ejércitos” (Malaquías 2: 7). Además, implicaba llevar los diezmos y las ofrendas al alfolí, contribuyendo así a la unidad espiritual y nacional.

Por lo tanto, la ley que determinó el lugar del zebach sugiere algunas lecciones espirituales para nosotros hoy:

1. La importancia de la unidad teológica. Un solo centro de adoración evitaba la idolatría. En el lugar elegido para el zebach, las enseñanzas se basaban en la Ley y los profetas.

2. Esta unidad doctrinal estaba garantizada por los levitas y sacerdotes, quienes se sostenían con los diezmos y las ofrendas para ministrar en el lugar señalado para el zebach. Así, la unidad doctrinal y la fidelidad en los diezmos y ofrendas se unían en el acto de adoración en el lugar escogido por Dios para el zebach.

3. El temor de Jeroboam solo se justificaba en la medida en que se entiende que la unidad del pueblo de Israel dependía del sistema de adoración, y transgredir la ley del lugar señalado para el zebach era la forma de desmantelar el sistema unificado de adoración establecido por Dios.

4. Además, sacrificar en Jerusalén implicaba la reunificación nacional a través de las reuniones regulares de adoración designadas por Dios. Jeroboam mismo declara que tenía la intención de impedir la reunificación nacional al alejar al pueblo del lugar designado para el zebach, como lo ordenaba la Ley (Deuteronomio 12: 6, 11; 1 Reyes 12: 27).

Por lo tanto, evitar los sacrificios en el templo de Jerusalén tuvo implicaciones de gran alcance para la apostasía y la continuación de la ruptura entre el pueblo del norte de Israel y la tribu de Judá.

El relato bíblico de la división de la nación israelita promovida por Jeroboam y seguida por su ataque al principio del zebach ofrece lecciones valiosas para la iglesia de hoy. Indica la importancia doctrinal y el sistema organizativo de la iglesia como medio para la unidad más amplia de la denominación en todo el mundo. Esa unidad necesita un ministerio único, unido y comprometido mantenido a través del alfolí.

Aunque el culto de hoy no requiere un solo lugar fijo, la lección espiritual de unidad financiera teológica y administrativa que traen las enseñanzas del lugar del zebach y el alfolí permanece.

El éxito de la iglesia hoy, como en los días del Antiguo Testamento, depende de estar unida en todos los sentidos, administrativa, financiera, ministerial, doctrinal y espiritualmente, como nos enseña el mandamiento de un solo lugar para el zebach.

Demóstenes Neves da Silva

Demóstenes Neves da Silva

El Dr. Demóstenes Neves da Silva (doctor en Psicología, Magíster en Familia y Teología) es profesor jubilado de la Facultad Adventista de Bahía, Brasil, donde se desempeñó como profesor y coordinador del curso de Teología durante veintidós de los treinta y cinco años de su ministerio.