Juan el Bautista fue un predicador del reavivamiento espiritual. Leemos en Lucas 3:3 “Y él fue por toda la región contigua al Jordán, predicando el bautismo del arrepentimiento para perdón de pecados”. Cierto día, algunas personas impresionadas por lo que oyeron, vinieron a él para ser bautizadas. Él las recibió con estas palabras: “¡Oh generación de víboras! ¿Quién os enseñó a huir de la ira venidera? Haced, pues, frutos dignos de arrepentimiento” (Luc.3:7, 8). Sus oyentes recibieron el desafío y mostraron señales de arrepentimiento.
Lucas 3:10-14 da una idea con relación a lo que Juan el Bautista quería decir por señales de arrepentimiento:
• Exhortó a la multitud a repartir sus vestidos y alimentos con los necesitados.
• Exhortó a los cobradores de impuestos a no cobrar más de lo que estaba estipulado.
• Exhortó a los soldados a no practicar la extorsión, a no hacer acusaciones falsas y a estar satisfechos con lo que tenían.
Esa no es una lista exhaustiva de las señales de reavivamiento espiritual, pero es interesante notar que todos los ejemplos dados por Lucas se refieren a los recursos. En el próximo texto, veremos que el reavivamiento espiritual está asociado al reconocimiento del señorío de Dios y este se manifiesta en la administración de nuestros recursos materiales.
El señorío en la Biblia
El reavivamiento es una invitación a dejar los dioses extranjeros y reconocer a Dios como el único Señor de nuestra vida. Desde el principio, fue esencial que los seres humanos manifestaran claramente su filiación con Dios. En Génesis 3:5 leemos sobre una frase de la propuesta del maligno: “seréis como Dios”.
Los seres humanos ya son semejantes a Dios. Fueron creados a su imagen, y comparten sus honores, privilegios y responsabilidades. ¿Cuál era la esencia de la sugerencia del maligno? En verdad, él estaba haciendo las siguientes sugerencias:
• ¿Por qué no aspiran a ser Dios?
• ¿Por qué no dejan de reconocer a Dios como su Señor?
La prueba en Génesis 3 es con relación al señorío; y el fruto prohibido era solo una señal. En respuesta, Adán y Eva actuaron como los señores de la tierra en lugar del verdadero Señor. Nuestros primeros padres fracasaron en la prueba del señorío, lo que dio como resultado terribles consecuencias.
Después del Edén, el reconocimiento del señorío de Dios continuó siendo esencial a los creyentes de todas las generaciones. Era el principal código de conducta del antiguo Israel: “Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es. Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas” (Deut. 6:4, 5).
El apóstol Pablo presenta el señorío como una condición para la salvación: “si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo” (Rom. 10:9). El reconocimiento de Jesús como Salvador y Señor es igualmente esencial para la salvación.
Jesús, el Señor, explica que el señorío es mucho más que una confesión verbal: “No todo el que me dice ‘Señor, Señor’, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos” (Mat. 7:21). El señorío debe demostrarse por acciones directas concretas y tangibles; de señales directas.
De acuerdo con Hechos 17:26, la existencia de la humanidad ocurre en dos dimensiones: tiempo y espacio.
¿Cómo alguien que pasa por el reavivamiento espiritual demuestra que Dios es el Señor en esas dos dimensiones de la vida?
La Biblia provee un indicio claro para que los seres humanos reconozcan el señorío de Dios en el tiempo: “Santifiquen mis sábados, y serán una señal entre mí y ustedes, para que se sepa que yo soy el Señor su Dios” (Eze. 20:20, RVA 2015). El sábado es una señal del señorío desde el principio, junto con el árbol del conocimiento del bien y del mal. Nuestros primeros padres guardaron el sábado, pero fallaron en el asunto del fruto prohibido.
La cuestión del señorío de Dios sobre el mundo material es crucial. Jesús informó a sus discípulos que el dinero o las posesiones materiales tienen la capacidad de competir con Dios en cuanto al señorío. “Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas” (Mat. 6:24). ¿Cómo podemos mostrar que Dios es Señor de nuestros recursos?
El diezmo y las ofrendas como señales
Con frecuencia, Dios ha apelado a su pueblo en cuanto al reavivamiento espiritual. Cada vez que los israelitas eran llamados al reavivamiento, había un proceso recurrente.
La Biblia habla sobre la reforma que ocurrió durante los días del rey Ezequías (2 Crón. 29-31). Los principales componentes del reavivamiento de Ezequías fueron: 1) El templo fue restaurado. 2) El culto fue restaurado. 3) La pascua fue celebrada nuevamente. 4) Los levitas fueron restaurados al ministerio. Podemos leer al respecto de la respuesta del pueblo al llamado al reavivamiento: “Y cuando este edicto fue divulgado, los hijos de Israel dieron muchas primicias de grano, vino, aceite, miel, y de todos los frutos de la tierra; trajeron asimismo en abundancia los diezmos de todas las cosas. También los hijos de Israel y de Judá, que habitaban en las ciudades de Judá, dieron del mismo modo los diezmos de las vacas y de las ovejas; y trajeron los diezmos de lo santificado, de las cosas que habían prometido a Jehová su Dios, y los depositaron en montones” (2 Crón. 31:5, 6). Ellos dieron el diezmo y las ofrendas.
El mismo proceso se describe en el libro de Nehemías (Neh. 10:37, 38; 12:44, 13:5, 12). Durante ese período de reavivamiento, Esdras leyó el libro de la ley. El culto corporativo fue restaurado. Las personas hicieron el compromiso de ser fieles a Dios en el diezmo y en las ofrendas. Se establecieron las casas del tesoro para el diezmo y para las ofrendas.
Los días del profeta Malaquías eran tiempos de apostasía y el libro de Malaquías es un llamado de Dios a su pueblo. Un trecho del primer capítulo describe a la nación rebelde: “El hijo honra al padre, y el siervo a su señor. Si, pues, soy yo padre, ¿dónde está mi honra? ysi soy señor, ¿dónde está mi temor? (Mal. 1:6). La cuestión principal era el dejar de reconocer a Dios como Maestro y Señor. Dios está pidiendo señales del verdadero reavivamiento.
El capítulo 3 de Malaquías presenta el llamado de Dios a su pueblo. Es un llamado para que vuelvan a él: “Desde los días de vuestros padres os habéis apartado de mis leyes, y no las guardasteis. Volveos a mí, y yo me volveré a vosotros, ha dicho Jehová de los ejércitos. Mas dijisteis: ¿En qué hemos de volvernos?” (Mal. 3:7). Después de oír a Dios, el pueblo hizo una pregunta pertinente: “¿Cómo podemos mostrar que volvimos a Dios?”. Antes de proveer la respuesta, Dios recuerda al pueblo como ellos se apartaron de él: “¿Robará el hombre a Dios? Pues vosotros me habéis robado. Y dijisteis: ¿En qué te hemos robado? En vuestros diezmos y ofrendas. Malditos sois con maldición, porque vosotros, la nación toda, me habéis robado” (Mal. 3:8, 9). Ellos estaban robando a Dios del honor que le debían. Dios termina el diálogo con un llamado: “Traed todos los diezmos al alfolí y haya alimento en mi casa; y probadme ahora en esto, dice Jehová de los ejércitos, si no os abriré las ventanas de los cielos, y derramaré sobre vosotros bendición hasta que sobreabunde” (Mal. 3:10).
Elena de White, la mensajera del Señor, también asocia el señorío con el diezmo y las ofrendas: “Nos pide que lo reconozcamos como el Dador de todas las cosas, y por esta razón ha dicho: De todas vuestras posesiones me reservo ladécima parte para mí mismo, además de los donativos y las ofrendas, que deben ser llevados a mi tesorería” (Consejos sobre mayordomía, p. 69). Ella también escribe: “Los diezmos y las ofrendas dedicados a Dios son un reconocimiento de su derecho sobre nosotros, lo cual proviene de la creación; también un reconocimiento de su derecho a través de la redención. Por cuanto todo nuestro poder viene de Cristo, nuestras entradas. Los donativos son donaciones especiales. Las ofrendas se dan de forma sistemática y proporcional, como un porcentaje, de acuerdo con las bendiciones recibidas. La ofrenda fue establecida por Dios a fin de que lo honremos como Señor.
Cuando guardamos el sábado, recordamos y reconocemos que no solo el séptimo día le pertenece a Dios, sino también todos los días de la semana y todos los días de mi vida. Él es el Señor. Cuando devolvemos el diezmo y traemosnuestros donativos y ofrendas, recordamos y reconocemos que no solo una parte de nuestras entradas le pertenece a Dios, sino todos nuestras pertenencias y el mundo material. Él es el Señor.
Juan el Bautista, el predicador del reavivamiento espiritual, vino antes del inicio del ministerio de Jesús. Hoy estamos muycerca de su segunda venida. Es necesario un reavivamiento espiritual para sus hijos. No permitamos que nada sea señor de nuestra vida en lugar del verdadero Señor. Antes, use todo para reconocer su señorío. ¿No es tiempo ya de devolver nuestro diezmo fielmente y de dar ofrendas en la proporción de las bendiciones recibidas?