El pueblo de Dios lleva ofrendas al Señor porque es su voluntad amante para ellos. Como el diezmo, las ofrendas deben traerse a Dios como un acto de obediencia respetuosa. Si bien el diezmo es principalmente un deber moral (el diezmo pertenece a Dios), las ofrendas son principalmente una expresión de gratitud a Dios  (Malaquías 3: 10). La Biblia contiene una cantidad significativa de información sobre las ofrendas que revela varios temas importantes y comunes. Discutiremos y resumiremos solo algunos de los más importantes.

Base teológica

Teológicamente, la práctica de llevar ofrendas al Señor está relacionada con varias ideas interrelacionadas que expresan aspectos del carácter de Dios en su relación con los humanos. El primero es la soteriología; es decir, la disposición constante y amante de Dios para salvar a los seres humanos del poder del pecado; él es el Salvador. La salvación es una revelación de la gracia de Dios y nos llega como un regalo inmerecido para ser aceptado por la fe en Cristo (Romanos 3: 21, 22). La revelación de Dios de sí mismo reveló el hecho insondable de que él es el dador más grande del universo en el sentido de que proporciona todo lo necesario para preservar la vida en el planeta y dio a su único Hijo para la salvación del mundo (Juan 3: 16). Este glorioso don fue prefigurado en el sistema de sacrificios del Antiguo Testamento. A lo largo del antiguo Cercano Oriente, las ofrendas propiciaban la ira divina y hacían que el oferente fuera aceptable para los dioses. Esto era salvación por obras.

En la Biblia, la ira de Dios, provocada por el pecado humano, también se resuelve mediante un sacrificio/ofrenda. La diferencia es que el Dios de la Biblia sabe que los humanos no poseen nada lo suficientemente valioso como para resolver el problema causado por la pecaminosidad y la rebelión humanas. En consecuencia, Dios proporcionó el sacrificio capaz de reconciliar a los humanos con él, representado en el Antiguo Testamento por los sacrificios/ofrendas expiatorias (Levítico 1-4). Dios dio a los israelitas la sangre de los animales del sacrificio para hacer expiación por ellos en el altar (Levítico 17: 11). Esos sacrificios eran en sí mismos ineficaces para dar una resolución final al problema del pecado humano. El diseño divino apuntaba y tenía la intención de mostrar que Dios iba a dar la ofrenda más importante para limpiarnos del pecado (Isaías 52: 13-53: 12; Hebreos 10: 14; Romanos 3: 25). El Señor había de proveer el Cordero (Génesis 22: 8, 13), y el Nuevo Testamento revela que ciertamente proveyó el Cordero (Juan 1: 29). Ahora escuchamos la voz de Jesús hablándonos: “De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito” (Juan 3: 16).[1] La lección es clara, nunca debiéramos llevar una ofrenda al Señor buscando obtener su favor o amor, porque estos son nuestros a través de una ofrenda que no podíamos proporcionar, que de hecho él nos dio. Esta ofrenda divina de amor desinteresado muestra el fundamento teológico más importante para nuestro ofrendar: damos porque Dios dio primero y, en consecuencia, en nuestro dar reflejamos su carácter. Dado que Dios proporcionó la ofrenda más costosa, ahora la gracia de Dios nos capacita y espera que le llevemos una ofrenda aceptable (Malaquías 3: 10).

El segundo elemento en el fundamento teológico de las verdaderas ofrendas es la fidelidad de Dios a sus promesas y la confiabilidad de su Palabra. Su carácter es tal que lo que dice es lo que hace (cf. Tito 1: 2). Prometió bendecir a su pueblo y lo hizo. Cuando los israelitas traían las primicias de la tierra al Señor como ofrenda, afirmaron la confiabilidad de Dios: “Declaro hoy ante Jehová, tu Dios, que he entrado en la tierra que juró Jehová a nuestros padres que nos daría” (Deuteronomio 26: 3) y expresaron su gratitud. “He traído las primicias del fruto de la tierra que me diste” (versículo 10). Dios también prometió morar con los humanos, proporcionándoles una identidad y supliendo sus necesidades, y cumplió sus promesas (cf. Juan 1: 14; Mateo 5: 45; Hechos 17: 25). Solo podemos darle de lo que nos “ha dado” en cumplimiento de sus promesas, por lo tanto, la bendición precede a traer la ofrenda (Deuteronomio 16: 17; 1 Crónicas 29: 14).

El tercer elemento en el fundamento teológico de las ofrendas es el señorío de Dios. El Dios que nos salvó gratuitamente y que es fiel a sus promesas, es también nuestro Señor y merece homenaje. Es nuestro Rey, y no podemos presentarnos ante él con las manos vacías (Deuteronomio 16: 16). Malaquías preguntó a los sacerdotes, que estaban ofreciendo al Señor ofrendas defectuosas: “Preséntalo, pues, a tu príncipe; ¿acaso le serás grato?” (Malaquías 1: 8). Dios es el Señor supremo, y le mostramos respeto y honor a través de nuestras ofrendas. Los tres reyes identificaron a Jesús como el Rey de reyes y le dieron ofrendas de homenaje (Mateo 2: 1-11; cf. Isaías 18: 7). El salmista anunció: “los reyes te ofrecerán dones” (Salmo 68: 29); reconocerán su señorío.

Motivación para ofrendar

Los tres conceptos teológicos enumerados anteriormente también brindan la motivación más importante para que los humanos ofrenden, a saber, la gratitud por la gracia de Dios y el gobierno amante sobre nosotros. Primero, está la gracia de Dios. Los seres humanos son llamados y desafiados a dar porque la gracia de Dios se reveló en el don gratuito de la salvación a través de Cristo (Romanos 5: 15). Los cristianos están motivados a dar porque Dios, que cumple sus promesas, está constantemente bendiciendo y protegiendo a su pueblo (cf. 2 Corintios 8: 1, 2). La gracia divina puede ablandar el corazón humano y hacerlo benévolo (cf. 2 Corintios 8: 9).

Segundo, el reconocimiento del señorío de Dios debería motivarnos en nuestro ofrendar. El hecho de que hay un Señor que gobierna el universo y es dueño de todo lo que hay radica en la raíz de la benevolencia (Salmo 24: 1; 50: 8-14). Este Dios maravilloso nos permite ayudarlo como mayordomos de su creación (Génesis 1: 28). Esta asignación de obra divina revela el gran valor que la gracia de Dios nos ha otorgado y proporciona un propósito válido para nuestra existencia. Dios quiere que seamos sus mayordomos, y su voluntad para con nosotros siempre es buena porque busca enriquecernos y transformarnos.

Una tercera motivación para dar se encuentra en el reconocimiento de que Dios está obrando a través de su iglesia para la salvación de la humanidad (Hechos 1: 8). Nos dio una misión y también nos ha dado los medios para lograr esa misión: está en nuestros bolsillos, carteras o tarjetas de crédito. Pablo dijo a los corintios que Dios “proveerá y multiplicará vuestra sementera y aumentará […] para que seáis ricos en todo para toda generosidad, la cual produce, por medio de nosotros, acción de gracias a Dios” (2 Corintios 9: 10, 11). Las ofrendas y el cumplimiento de la misión de la iglesia son inseparables. Nada debería ser más importante para los creyentes que la proclamación del evangelio de la gracia; deben considerar un privilegio ser instrumentos de Dios en esa tarea.

En resumen, podríamos decir que lo que motiva a los cristianos a dar ofrendas es su amor a Dios, un amor desinteresado cuyo foco de atención es Dios y el prójimo. Dar no debe ser un intento de obtener o ganar la simpatía, el amor o el reconocimiento de Dios. Es solo a través de la ofrenda sacrificial de Cristo que somos aceptados por Dios. Nuestra ofrenda está precedida por la gracia salvadora de Dios y siempre debe ser una respuesta de gratitud.

Una ofrenda aceptable

Nuestro último comentario nos lleva lógicamente a una definición de una ofrenda aceptable. Primero, una ofrenda aceptable debe ser una ofrenda propia; una expresión de nuestra voluntad de entregarnos a Dios. Es una experiencia profundamente religiosa porque es una muestra de una vida totalmente entregada al Señor. Esto se ilustra en el holocausto (Levítico 1), que era completamente quemado en el altar. Era un símbolo de una vida totalmente dedicada al Señor. En el Nuevo Testamento, Jesús ilustró este concepto con la experiencia de la ofrenda de la viuda (Lucas 21: 3, 4). Una ofrenda que proviene de un corazón lleno de amor es una expresión de la entrega de toda la persona a Cristo. En tales casos, Dios se ha convertido en el primero en nuestra vida.

En segundo lugar, una ofrenda aceptable es una expresión de fe en el cuidado providencial de Dios por nosotros. Esto también lo ilustra la viuda que confiaba en que el Señor la proveería, y por eso le llevó su ofrenda. Dios les pidió a los israelitas que confiaran en él y que trajeran sus diezmos y ofrendas (Malaquías 3: 8-10). Pablo elogió a los filipenses por confiar en el Señor al dar sus ofrendas: “Doy testimonio de que con agrado han dado conforme a sus fuerzas, y aun más allá de sus fuerzas” (2 Corintios 8: 3). Con cautela, dieron más de lo que les parecería económicamente factible. Por tanto, Pablo les aseguró que “Mi Dios, pues, suplirá todo lo que os falta conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús” (Filipenses 4: 19). La fe en Dios nos ayuda a superar el egoísmo.

En tercer lugar, y basándonos en nuestras discusiones anteriores, podríamos sugerir que una ofrenda aceptable es la personificación de la gratitud, el agradecimiento, el gozo y el amor del adorador. En la Biblia, las ofrendas son prácticamente siempre expresiones de gratitud, gozo y amor. Los holocaustos y las ofrendas de paz se traían para expresar gratitud y gozo al Señor por sus muchas bendiciones. El templo era un lugar de alegría cuando la gente venía con sus ofrendas para adorar a Dios (Deuteronomio 27: 7; Salmo 95: 2). Todas estas son respuestas a la experiencia del amor redentor y providencial de Dios.

Probablemente hay diferentes formas de expresar gratitud y amor. La mayoría de las veces usamos palabras, pero no siempre son suficientes. El día de su aniversario de bodas, las palabras no son suficientes. Se espera que traiga un regalo especial. La mejor manera de expresar amor y gratitud no es a través de palabras, sino a través de acciones. Un regalo es la encarnación de una emoción o una actitud positiva. Tales cosas están muy dentro de nosotros y las exteriorizamos proporcionándoles un cuerpo visible en forma de regalo. Una ofrenda es la encarnación, o concreción, de acciones de gracias por una bendición que recibimos del Señor. El Señor recibe ese acto de amor y gratitud, y lo usa de acuerdo con su propio propósito. Cuando mi ofrenda es recibida en alguna otra parte del mundo, los destinatarios en realidad están recibiendo una expresión de mi amor y gratitud a Dios de una manera tangible. Una ofrenda es de hecho la forma concreta que nuestros sentimientos y actitudes interiores hacia el amor de Dios toman en nuestro acto de adoración.

Cuarto, una ofrenda aceptable es una ofrenda voluntaria y no una que se presenta al Señor por obligación o de mala gana. El Señor no nos obliga a llevarle ofrendas, pero espera que le demos ofrendas. Dios le dijo a Moisés: “Di a los hijos de Israel que recojan para mí una ofrenda [terûmāh, un don dedicado a Dios]. De todo hombre que la dé voluntariamente, de corazón, [nādab, “animar, dar voluntariamente”] recogeréis mi ofrenda” (Éxodo 25: 2; ver Esdras 1: 6). Pablo dice acerca de los filipenses que ellos “con agrado han dado” (2 Corintios 8: 3), es decir, por su cuenta; es decir, de corazón y voluntariamente. El dar viene del corazón porque es allí donde se toma la decisión: “Cada uno dé como propuso en su corazón” (2 Corintios 9: 7). Pablo luego explica lo que quiere decir: “no con tristeza  [lupē, “herido, dolorosamente”] ni por obligación, [bajo el control o la influencia de alguien o algo que no sea la propia voluntad] porque Dios ama al dador alegre.” En cambio, Pablo dice, ¡den con alegría!

Quinto, una ofrenda aceptable es aquella que proviene de un corazón en paz con Dios y con los demás. El acto de culto presupone que la religión y la ética no deben estar aisladas ni separarse entre sí. Tratar correctamente a los demás es un deber religioso tanto como llevar una ofrenda a Dios. Aquí Jesús fue muy claro: “Por tanto, si traes tu ofrenda al altar y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar y ve, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces vuelve y presenta tu ofrenda.” (Mateo 5: 23, 24). Por supuesto, uno podría dar buscando el reconocimiento de sí mismo y no porque haya paz en el corazón, pero Jesús condenó tal actitud (Mateo 6: 1-4).

En sexto lugar, una ofrenda aceptable, aunque espontánea, es al mismo tiempo sistemática. Se espera que planifiquemos nuestras donaciones en función de nuestros ingresos. Esto significa que el dar no debe ser controlado por sus emociones sino, más bien, basado en una decisión que tomó de darle al Señor una cierta cantidad, un porcentaje, de manera regular (Deuteronomio 16: 17). Pablo también dice que debes dar según tus medios (2 Corintios 8: 11). Debemos recordar que en el Antiguo Testamento, las ofrendas se clasificaban sobre la base de la condición económica del israelita. Se esperaba que una persona rica trajera un becerro, pero otros, dependiendo de su condición financiera, podían traer una oveja, una cabra o incluso un ave (Levítico 1: 3, 10, 14). Dios no requiere de nosotros más de lo que podemos hacer. Esto implica que no debemos presionar a los miembros de la iglesia para que den más allá de su capacidad de dar.

Recolección y manejo de las ofrendas

Nuestro punto anterior plantea la cuestión de la logística en el sistema bíblico de ofrendas. La Biblia proporciona ciertas pautas en la recolección y manejo de ofrendas. La ofrenda debe apartarse en casa, en base a las bendiciones recibidas del Señor (1 Corintios 16: 2; “cada uno de vosotros” es decir, en privado, en casa). Este es un acto de dedicación o consagración de la ofrenda al Señor. Dios y la iglesia designaron instrumentos para recibir las ofrendas. Estos fueron reconocidos por la comunidad de creyentes como dignos de recibirlas y administrarlas (2 Corintios 8: 9, 17-23; 9: 3). En Israel, los levitas recogían las ofrendas y se aseguraban de que alcanzaran el propósito de Dios. No se debía dar ofrendas a nadie que simplemente afirmara ser un siervo de Dios, pero que operara fuera de la iglesia organizada de Cristo; las ofrendas pertenecen al Señor (Malaquías 3: 10). El lugar para traerlas era el Templo o la iglesia donde la gente se reunía para adorar colectivamente al Señor (Malaquías 3: 10). Existe algo de evidencia que indica que se mantuvieron registros apropiados y que las ofrendas se usaron para los propósitos asignados (ver 1 Corintios 16: 3; Filipenses 4: 18).

Propósitos específicos de las ofrendas

La Biblia menciona varios propósitos específicos para traer una ofrenda, como proveer para las necesidades del santuario o de la iglesia. Así, encontramos ofrendas para la construcción y reparación del templo del santuario (Éxodo 25: 2; Esdras 8: 25), ofrendas para los pobres  (Romanos 15: 25-28; 1 Corintios 16: 1-4; 2 Corintios 8, 9), y ofrendas para el sostenimiento de los servicios del santuario y el ministerio del evangelio (Mateo 10: 10). Las ofrendas sirven para fortalecer la unidad de la iglesia (Romanos 15: 27). Mediante sus ofrendas, los creyentes demostraron ser uno en espíritu, mensaje y propósito. Al apoyar un proyecto local, la iglesia mundial encuentra una ocasión para expresar la unidad que los mantiene unidos. Las ofrendas crean igualdad financiera dentro de la iglesia. Las iglesias que tenían mucho, compartían con las que tenían poco (2 Corintios 8: 13-15). Finalmente, uno de los propósitos más importantes de las ofrendas era motivar a las personas a alabar a Dios. A través de ellos se alimenta el espíritu de gratitud dentro de la comunidad de creyentes, y se alaba a Dios por la benevolencia de sus instrumentos (2 Corintios 9: 12).

Conclusión

A modo de conclusión, debemos preguntarnos sobre las intenciones de Dios al pedirnos que le traigamos ofrendas; ciertamente él no las necesita personalmente. Ya hemos identificado algunos de ellos. Primero, la Biblia sugiere que Dios usó el sistema de ofrendas para enseñar a su pueblo cómo expresarle su amor y gratitud. De esta manera, el egoísmo sería derrotado en sus vidas. Otra razón por la que Dios requirió ofrendas fue que su pueblo le expresara lealtad al rechazar la idolatría. Traerle sus ofrendas les recordaba que Yahvé era el verdadero Dueño de todo y que era quien los bendecía. La tierra no pertenecía a Baal, y no era Baal quien la hacía fructífera; era el Señor Yahvé. Por último, Dios requería ofrendas de su pueblo para fortalecer su relación con él. Cada ofrenda proporcionaba al pueblo de Dios una oportunidad para volver a consagrarse a él. La relación establecida con Dios se renovaba a través de su glorioso acto de redención, y el vínculo de amor se fortalecía en un acto de devoción personal.

 

 

[1] Todos los textos bíblicos son de la Reina Valera 1995. Copyright © 1995 Sociedades Bíblicas Unidas (United Bible Society).

Ángel Manuel Rodríguez